Esta noche estoy solo
con Dios, la infinitud y la anhelante
piedad en que me inmolo
al mundo alucinante
del amor, de la vida, del instante.
Y miro a la distancia
y evoco los balsámicos jardines,
auroras de la infancia,
la paz en los confines,
su música, la fiesta, los violines.
Esta melancolía
no tiene explicación en la rudeza
de la tarde sombría,
ni en la muda tristeza
de la noche abrumada de grandeza.
Nadie comprende el reto
de la desolación que rueda sobre el monte,
nadie el clamor secreto
que ronda el horizonte
y acalla la fontana y el sinsonte.
La noche se silencia
y avanza por el túnel más oscuro,
no presta diligencia
al destino seguro,
ni al viaje por caminos del futuro.
La madre envejecida,
en gótica ventana centenaria
sueña la calma ida.
La luz de su plegaria
en mi noche es segura luminaria.
Y no pregunto nada
y no le digo nada a su manera,
su voz es desolada,
mas, voy en primavera
del brazo de otra noche lisonjera.
La voz de la campana
distante en el recuerdo y la primicia,
vuelve en su gloria vana
de la primer noticia
del piélago final y su caricia.
Vacila y se derrumba
la integridad del monte iluminado.
El mundo es una tumba
de mármol apagado
y el alma su convólvulo enlutado.
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