Llamemos, alma mía, fiel urna de lo ausente
aquesta antigua casa de puertas amarillas,
que mira siempre, siempre, como las muertas villas
hacia la melancólica desidia del poniente.
Mansión evocadora, como el amor presente
en vivas remembranzas de alegrías sencillas;
casona del silencio dormida en las orillas
del triste corazón como un sueño doliente.
Clamemos alma mía en su portal antiguo
e igual al trashumante de un deambular ambiguo
apuremos el cáliz de las consolaciones,
En esta noble casa de amados ventanales
que ha sido a mi agonía de noches estivales,
el Templo de aquel numen que arrulla mis canciones.
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