I-
El árbol ya talado
Sufre angustia en sus tallos amorosos,
Así, sacrificado,
En los años medrosos
Se acoge a los abismos silenciosos.
Subiendo la pendiente
El niño siente pena en sus mejillas,
Mas, viendo entre la gente
Sus ojos sin orillas,
Avanza con su sueño y sus gavillas.
Al fin, de la llanura
El hato se dirige a la majada
Y mira con dulzura
El agua sosegada
Del río por la playa abandonada.
Cerremos alma mía
La puerta que da al valle del olvido,
Y sólo la alegría
Invada nuestro nido
en mármoles de fuego suspendido.
II-
Interrogan los heliotropos:
¿Dónde las luces de la noche?
La vaga respuesta deduce
ausencia de lumbres y flores.
Arboles sonámbulos. Gritos.
El torbellino de las sombras.
¿Quiénes preguntan por nosotros,
quiénes por calles y rotondas?
Las rosas entreabren los párpados,
miran su existir con asombro,
el drama de las horas muertas,
los incendios que apremia el orto.
El agua asciende perozosa
por las arterias vegetales.
El río sufre los veranos
y la agonía de la tarde.
Astros fugaces del nocturno,
raudos luceros del Oriente.
Todos esculpen ya sus nombres
en los murales de la muerte.
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