Es grande el cielo y arriba siembran mundos. Octavio Paz.-BRINDIS
Bajo la hierba del verano
las almas en su intimidad,
en el silencio de las horas,
dicen su voz pura y fugaz.
Mi oído sigue sobre el césped
el tintineo universal
al acecho de lo que ocurre
entre mi yo y la eternidad.
La grama guarda los secretos
del hombre solo, cuando va
sus pasos y sus pasiones
orbitando hacia el más allá.
La dimensión esmeraldina,
con su presencia pertinaz,
limita el mundo transitorio
de ese otro, la arcanidad.
Y es el idioma de los muertos
himnario de amor y paz,
de las praderas memoriosas
teogonía familiar.
Almas que viven del silencio.
La arcilla madre, la verdad,
que se alimentan del misterio
y de la lumbre sideral.
Las bestezuelas adormidas
se inclinan a su meditar,
la sapiencia, el puro lenguaje,
frente al paisaje vesperal.
Así, las piedras del camino,
las mansas lianas, el guadual,
el trébol y la yerbabuena,
el monte azul y el más allá.
El equilibrio del planeta
y el sosegado son del mar,
apremian al homo sapiens,
su providente sino axial.
El corazón de Dios palpita
entre esas raíces sin edad
que aceleran el ritmo tardo
del esferoide terrenal.
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