Quiénes son esas hordas encapuchadas que pululan por la llanura sin fin... T.S.Eliot.-LA TIERRA BALDIA
Torreones montanos bruñidos por la luna
donde los hornos planetarios
alimentan el fuego de la piedra.
Escalinatas de los acantilados,
alturas de Peñas Blancas
en Calarcá del imperio pijao,
con rumores de huracán primitivo.
Joyerías iracundas
incrustadas con fuerza de titanes
en las entrañas del misterio.
Guerreros que regresan después de las batallas
a los cuarteles del tiempo.
Puertas cerradas, puertas abiertas,
mirador del cacique y del abuelo heroicos,
himalaya quindiano, desafiante y quimérico,
donde murciélagos y arcángeles
velan en los portales.
Tatuajes milenarios del roquedal andino,
genio plástico y rudo,
vuelo paralizado en el vacío
de los pueblos de América.
Ciudad inmensa sumergida
en el alma-sima del indio;
frontispicio impasible,
prismas poligonales y sellados,
trapecios del cenit desprendidos,
mil palacios de jade
iluminados por los astros.
Fortaleza y laberinto, clave maestra
perdida en el silencio de los gritos
y de la sangre
que el arrogante jefe,
cubre de hermetismos agrestes
antes de partir para las contiendas de la noche.
Espatulazos telúricos, mural dramático
trabajado sobre la solidez de los siglos.
Juego de grises tenebrosos que narran
la historia turbulenta de los dioses.
Cuerpo de violines selváticos,
cabeza de trombones,
de platillos y tambores sublimados;
espectral parálisis
al borde de los precipicios.
Por los corredores volados
el viento aúlla como fiera sin nido;
la tigresa madre deja oír
sus prístinos y desesperados trenos
y se lanza por los desfiladeros
al valle desolado.
Ruido atronador cunde por el roquedo andino,
el arco iris se desploma
sobre los techos metálicos,
las montañas volcánicas se rinden a los elementos.
Las nubes que las peñas recias sostienen
precipitan su aluvión de cristales
y hacen el diluvio de silencios y trombas.
Por el valle primigenio,
las legiones de guerreros desnudos
abandonan el cuartel de las rocas,
las tiendas subterráneas.
Van con sus arcos tensos y sus flechas ágiles
y sus macanas incorruptibles.
Son el Cacique y su tropa colérica,
desde los minaretes por los despeñaderos
van hacia la reconquista,
resueltos, inconmovibles,
en marcha sediciosa sobre el mundo.
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