Pasión Creadora

1.- Pretexto más que texto

Refiriéndose al arte literario de Ortega y de otros grandes ensayistas, Guillermo de Torre, concluye: “el ensayo es obra de arte tanto o más que obra de pensamiento. La parte de creación no es inferior a la parte de reflexión. Desde sus comienzos, el ensayo se manifiesta en él (en Ortega) como un arte de pura especulación intelectual, libremente digresivo, cargado de subjetividad. Pretexto más que texto, el tema, por elevada que sea su jerarquía, no es amarra ni lastre, sino punto de partida hacia una serie de variaciones…”
Don José Ortega y Gasset en su breve ensayo “Meditación del marco” y como lo anota uno de sus comentaristas, se descubre allí con evidencia la elasticidad y apertura insuperables del ensayo. La proliferación de temas que surgen en torno al marco, la riqueza de ideas, de sugerencias, de matices etc. Pero, leamos un poco a Ortega en su “Meditación del marco”, considerado un ensayo modelo:
“Viven los cuadros alojados en los marcos. Esa asociación de marco y cuadro no es accidental. El uno necesita del otro. Un cuadro sin marco tiene el aire de un hombre expoliado y desnudo. Su contenido parece derramarse por los cuatro lados del lienzo y deshacerse en la atmósfera. Viceversa, el marco postula constantemente  un cuadro para su interior, hasta el punto de que, cuando le falta, tiende a convertir en cuadro cuanto se ve a su través.
“La relación entre uno y otro es, pues, esencial y no fortuita, tiene el carácter de una exigencia fisiológica, como el sistema nervioso exige al sanguíneo, y viceversa; como el tronco aspira a culminar en una cabeza y la cabeza a sentarse en un tronco.
“La convivencia de marco y cuadro no es, sin embargo, pareja a la que primero ocurriría comparársele: la del traje y el cuerpo. No es el marco el traje del cuadro, porque el traje tapa el cuerpo, y el marco, por el contrario, ostenta el cuadro. Es cierto que a menudo deja el traje al descubierto una parte del cuerpo; pero esto nos parece siempre una pequeña locura que el vestido comete, una negación de su deber, un pecado. Siempre la cantidad de superficie corporal que el traje descubre guarda proporción con la que oculta, de suerte que, al hacerse aquélla mayor que ésta, deja  el traje de ser traje y se convierte en adorno. Así, el cinturón del salvaje desnudo tiene carácter ornamental y no indumentario.

“Pero tampoco es el marco un adorno. La primera acción artística que el hombre ejecutó fué adornar, y ante todo adornar su propio cuerpo. En el adorno, arte primigenio, hallamos el germen de todas las demás. Y esa primera obra de arte consistió sencillamente en la unión de dos obras de la naturaleza que la naturaleza no había unido. Sobre su cabeza puso el hombre una pluma de ave, o sobre su pecho ensartó los dientes de una fiera, o en torno a la muñeca se ciñó un brazalete de piedras vistosas. He ahí el primer balbuceo de ese tan complejo y divino discurso del arte.
Qué misterioso instinto indujo al indio a poner sobre su cabeza una lucida pluma de ave? Sin duda, el instinto de llamar la atención, de marcar su diferencia y superioridad sobre los demás. La biología va mostrando cómo es aún más profundo que el instinto de conservación, el instinto de superación y predominio.
Aquel indio genial sentía en su pecho una confusa idea de que valía más que los otros, de que era más hombre que los otros; su flecha sibilante era en el tupido bosque la más certera e iba rauda a buscar abajo el ala la vida del ave con plumas preciosas. Esta conciencia de superioridad yacía muda en su interior. Al poner sobre su cabeza la pluma, creó el indio la expresión de esa íntima idea que de sí mismo tenía. La pluma sobre él, era tan sólo para que los demás la mirasen? No; la pluma vistosa era más bien un pararrayos con que atraer las miradas de los otros y verterlas luego sobre su persona. La pluma fué un acento, y el acento no se acentúa a sí mismo, sino a la letra bajo él. La pluma acentúa, destaca la cabeza y el cuerpo del indio; va sobre él como un grito de color lanzado a los cuatro vientos.
“Todo adorno conserva ese sentido, que se hace patente en el trazo oblicuo e indicativo de la pluma sobre la frente del salvaje: atrae sobre sí la mirada, pero es con ánimo de hincarla sobre lo adornado. Ahora bien: el marco no atrae sobre sí la mirada. La prueba es sencilla. Repase cada cual su recuerdo de los cuadros que mejor conoce, y advertirá que no se acuerda de los marcos donde viven alojados. No solemos ver un marco más que cuando lo vemos sin cuadro en casa del ebanista; esto es, cuando el marco no ejerce su función, cuando es un marco cesante”.(3). Hasta aquí Ortega.

He aquí en los renglones anteriores el genio del ensayo, su tono,  su lenguaje, su discurrir. Lo anterior que hemos leído de Ortega, no es versificación ni narrativa. Es sólo ensayo puro.

C O N T E N I D O

1.-Pretexto más que texto
2.-Mejor el Ensayo…
3.-Cuidado con los Best-Seller
4.-Clases de Ensayo
5.-El Ensayo periodístico
6.-Superioridad del Ensayo sobre otros géneros
7.-La influencia del escritor público
8.-Ensayismo y su mecanismo de penetración
9.-Rol del ensayismo y del periodismo científico
10.-Concisión y claridad del lenguaje
11.-Ensayo periodístico y recursos literarios
12.-La sapiencia de Alberto Lleras
13.-Pensar bien y cómo
14.-El arte de dosificar
15.-Otra regla: un poco de gracia
A manera de conclusión

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