Pasión Creadora

Capítulo II

1 –

Y aquí, cierto contubernio con la soledad. Ya en sus años de existencia plena, Enrique Buitrago, al contemplar su entorno y encontrarse asi mismo, parece que por primera vez en su vida, ha descubierto la dura realidad de estar y de sentirse muy solo en medio de tantos conocidos y de la persistente inutilidad de sus quehaceres. Este hecho subjetivo, simple en apariencia, le ha servido para darse a pensar en serio, sobre aquellas metas tan soñadas en alcanzar algún día. Metas todavía teóricas y a las cuales ha vivido apegado románticamente, pero sin alcanzar en la realidad, siquiera una mínima parte. Metas, que debiera haber culminado ya en alguna proporción, como explicable y justificable realización suya, dentro de los espacios de su vida y de su complejo mundo de solo espectativas.

Como hombre de inquietudes e iniciativas empresariales poco católicas y muchísimo menos pragmáticas, piensa de inmediato y se concreta en su más viejo y acariciado proyecto. Se detiene aquí en su harto bien estudiado plan de aquello que él denomina “vender servicios especiales”, negocio que de algún modo, ha considerado con clientela segura. Son servicios, que según Buitrago, pueden brindar oportunidades de felicidad concreta a tantos seres sensibles, siempre crispados de nervios, cuyos sentidos vegetan en condiciones existenciales desapacibles y monótonas.

Buitrago, reflexiona:

No soy una frustración. Tampoco el tiempo se ha detenido para mis querencias. Separado de mi mujer y de mis hijos, voy a emplear el tiempo que me queda de vida en planear y llevar a buen término una empresa de esparcimiento, que en forma inteligente atienda y corresponda a las necesidades secretas de la gente con dinero, que con frecuencia está jarta de todo y con más dolorosa intensidad, que la gente más miserable.

¿Será cierto y posible esto, -medita y duda Buitrago,- dentro del universo en que vivo, timorato y rodeado de miedos sociales?

Si, es posible. Una organización donde las personas adineradas, tan equívocamente tratadas por los más y por los menos, encuentre un poco de alegría y salve las limitaciones que le impone el monoritmo ambiental y la mal oliente tristeza cotidiana. Si. ¡Solución inmediata la tengo ya! Una casa de juegos y diversiones variadas, la que he soñado y pude ver funcionar sin complicaciones en no pocos lugares de Europa occidental.

Su nombre, intuye y piensa Buitrago, será el de Frufrú, palabra poseedora de una sutil analogía en su significado, en primera instancia con el amable rumor de la seda, cuando se roza contra sus propios pliegues, o contra la piel de los cuerpos juveniles de mujeres hermosas.

A mediados de este mes de Agosto, -continúa sus reflexiones Buitrago,- verán todos cómo se pone en plena marcha este plan por las pistas bien aceleradas de la alegría de vivir y de las ganas de gozar que duermen amarradas en el interior de todos los seres humanos. Y, será así con todo el esplendor posible. El gran arranque de la por mi tantas veces soñada inicitiva. Está el dinero, la amplia sede vista y hablada y, con seguridad por fuera, un bien alentado ambiente hostil de los puritanos y puritanas. Ellos se afirman así como la propaganda gratuita. El clima propicio y el terreno fecundo para el éxito de este tipo de empresas, cuando aún sigue siendo cierto en el espacioso mundo, aquello de la poderosa atracción de lo prohibido.

Buitrago insiste en la prolongación de su monólogo. Solitario, narra para si y para su propio deleite todo aquello que se imagina factible:

La casa de juegos y placeres elementales, el Frufrú, puesto en marcha, debe iniciar muy presto sus fatigas. Con buen acelere a levantar pesas de secreta historia patria; y de histeria de jóvenes o viejas vírgenes con feroces pero muy disimulados sentimientos de frustración, las que aparecerán por todas partes. Y, no se equivocarán, ni faltarán a la verdad los de la pronta contraparte, cuando afirmen quejosos que “son veinticuatro horas de ajetreos en el Frufrú”. Allí, donde el poder de la palabra y de las iniciativas solapadas, pueden realizar su lote de fantasías deliciosas y muy satisfactorios milagros.

2 –

Enrique Buitrago, en más de una ocasión suele confundir la realidad con la fantasía. Y a esta con aquella. Sin embargo, un día cualquiera, ya activa su soñada empresa, y organizada en todos sus extraños detalles, abiertas de par en par todas las puertas, incluso las de atrás por donde entran los tímidos, que no son pocos, abiertas todas por Enrique Buitrago, un hombre de la montonera anónima y de las montañas feraces de la región andina, trotamundo y polifacético, quien, y como el mismo lo piensa:

Me he pasado la vida mirando para el otro lado del puente. Para la otra orilla, sin la oportunidad ni el tiempo suficientes para pasar al otro lado. Para trabajar con “algún buen juicio” como decían mis padres y dicen los pragmáticos. Para hacer plata como es debido. El Frufrú, en ningún instante será un establecimiento pequeño. Ha empezado grande y con leyendas gratuitas casi antes de nacer y, necesariamente, deberá quedarse, así, hasta que midioscito diga, ¡No más!

3 –

Sin embargo, a Enrique aún le queda tiempo para contar con algunos detalles, cual es la mejor entretención de no pocos contertulios suyos, de la clientela amiga y animadora, fundadora y oportunista. Y, por supuesto, menos productiva pero más estimada, por su fiel compañía a lo largo de aquellos primeros atardeceres y anocheceres. Consiste la virtud de esos amigos en su espontánea solidaridad. Grupo de amigos de las más diversas condiciones, que cae por la tarde a la oficina de Buitrago, situada en un recodo tranquilo y discreto de la segunda planta de la sede bien remodelada del Frufrú ya con vida propia. Aparecen allí, todos ellos, muy cumplidos, primero para tomar una copa con el empresario. Y segundo, que también es lo primero y lo más importante, para charlar con él y, sobre todo, oirle narrar historietas y fabulillas de su vida y de sus milagros por distintos caminos del mundo.

Historias y fábulas, que Enrique nunca cuenta a personas distintas a sus contertulios vesperales y cotidianos. A quienes les puede repetir episodios con algunas modificaciones y agregados. Estos buenos amigos que encontró como tales, sin necesarios antecedentes y a su regreso de ultramar. Que le ayudaron en los detalles y en las gestiones indispensables, para la puesta en marcha de su plan maestro para gloria y dicha de las gentes de buena voluntad y sin atarugamientos pudibundos. Gentes de aquí y del holgado mapa de su patria chica, grande cuerpo territorial acariciado frenéticamente por la lujuria subterránea del entorno y de los seres vivos que lo pueblan.

-Son historias, dice Enrique, comunes y sin aspavientos. De esas experiencias que cada quién ha vivido y que cualquier cristiano sin ningún temor de hablar más de la cuenta, puede contar lejos de la secreta necesidad de entretejer mentiras. Todo de frente, nada con ocurrencias que yo no pueda sostener ante cualquier audiencia. Allí están en su estado natural, sin imaginerías, ni cosas fuera de lo común. Sin embargo, agrega Enrique, estos amigos y oyentes se deleitan y, a la larga en no pocas ocasiones, se ingenian sus versiones de impacto para impresionar a otros. Valga la prevención, versiones exageraditas y aumentadas en su fabulosidad según el caso y el cliente, con algunos pasajes nuevos, que me favorecen y halagan.-

Buitrago, con generoso cariño y detalles amables, recuerda los nombres y sobrenombres de sus más recientes contertulios:

-Néstor Cardona “Can”, Sixto el médico, Luis Carlos el poeta, Noreña el farmacéuta; Chucho el de la Agencia de Maderas; Miguel, que vende corbatas italianas y unas lindísimas pipas importadas; Jesús Antonio, cuando todavía no era Tesorero; Julio Largo, poco antes de morir y con su “mona” a cuestas y su inteligencia fuera de lo común; Pablo Locano & Cia; Raúl Echeverri el de la “Hora Sabrosa”; el vate Marulanda de impecable sombrero de medio lado y, a escondidas y con miles de misterios y formalidades por entre barrancales y zarzas, otros amigos que suelen aparecer a deshoras, pero cumplidores y timoratos, siempre llegan por la puerta de atrás: Sierra “el arrugao” soberano del Alto del Nudo y Nepo el joven y Chucho el del “Zapato de oro”. Con todos ellos, jugamos a las cartas, tomamos vino y me escuchan con religioso silencio.-

4 –

El vino que paladean los amigos vesperales de Buitrago y, ya con cierto hábito y exigencias, se sirve casi siempre gratis. Y es óptimo. Fabricado en los ejidos de Calarcá por Ernesto Bustamante y un buen señor de corte europeo y apellido Sáenz, químico ambulante. Tienen ellos un socio capitalista, Aníbal Morales, natural de Salamina. La “fórmula es francesa”, dice Sáenz, el químico y animador.

Y es fácil descubrir que a esa graciosa fórmula del vino quindiano, ya común en el eje cafetero, parece, y así se ha comprobado, le sigue faltando un ingrediente. Ingrediente esencial para las postrimerías comarcanas y posteridades del producto. O, estratégicamente, el vinillo ha sido programado con estas ausencias de composición, para presionar el consumo y aumentar las ventas, puesto que han detectado en las tiendas y cantinas particularmente de las regiones más cálidas, que con exactitud a los seis meses de estar reposando el surtido en las estanterías sin ser consumido, las generosas y no tan pacíficas botellas de vino de Calarcá, empiezan a estallar como bombas terroristas.

-Por ahora, dice Enrique, y para tranquilidad y regocijo de todos, les cuento que hay en el bar de la Administración, una buena existencia de ese vino con sólo tres meses, lo que supone el imperativo de consumo con alguna premura. Aquí, no olvidamos el viejo refrán de gentes sin duda muy cultas: “Mesa sin vino, sermón sin agustino.”- Concluye Enrique, con un cierto vacilante humor y aire de hombre de mundo.

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