Te pienso así, lejana,
fresca doncella de ababol,
reclinada sobre el hombro de un lucero
en la casona inmensa.
Te veo en la distancia
dibujada entre rosas de acanto
como a una niña griega
que sonríe al azul del archipiélago.
Te escribo en la alegría
de pensar que mañana
Dios estará con nosotros
en el amor y en la verdad del alma.
Te sueño en la ternura
de cantos y de lágrimas,
que empieza la mañana de siempre
con un preludio de campanas.
Te amo, en fin, en la esperanza
que viene de Dios mismo como un río
de inmensidad y de alegría
de eternidadaes y de abismos.
Te quiero y en ti al mundo adoro
porque en tí encuentro la belleza
y la ternura que nos da
el Señor a manos llenas.
Te pienso, ahora, y siempre estás
en mi memoria interponiendo
tu presencia de mansedumbre
entre mi espíritu y el mundo.
Deja un comentario