-Pa, voy a la Universidad por ver si pasé….
-Pero no me dijo ayer que no había pasado?
-Bueno, quizá una equivocación.
-Deje de soñar hombre y ponga los piés en la realidad. Estudie e insista. Pero, no espere milagros gratuitos.
-En esas estoy pa, hace mucho rato. A veces creo que debo irme para la hacienda del tío Tomás. Así, cambio de ambiente y él me paga por el trabajo. El me lo dijo hace días.
-Haga lo que crea correcto, pero no porque se sienta derrotado.
-Sí pá, pero es que no quiero ser pesado para usted y la familia. El negocio de zapatos no va bien…y no quiero encontrarme con los compañeros de ayer, siempre tan triunfalistas…
-Usted ya es un hombre, hecho y derecho, haga lo que a bien tenga pero no se le olvide que tiene una familia, un padre, una madre, usted es un privilegiado, además, es joven.
-Pá, ayer no encontraba qué camino coger, cuando me enteré que no había pasado ni en la U. oficial, ni donde los Jesuítas. Pensé suicidarme.
-No diga tonterías, que un hombre inteligente de verdad no se suicida. A la desesperación y a la locura se llega cuando se arranca por malos caminos y a usted nunca se le ha llevado por caminos equivocados.
* * *
El confundido estudiante, Rulfo Konhelo, se despide de beso del papá y se baja a la altura de la Universidad. Ocupa de inmediato el puesto un antiguo amigo del comerciante, el viejo atleta y profesor de Educación Física, Milton Maturana, quien venía de pié al lado, muy atento a la conversación de su amigo y vecino con el hijo. El profesor viendo el aire de preocupación de su compañero, le hace muy quedo al oído esta perorata del deporte:
-Del boxeo es bueno reconocer que se trata de un deporte viril y de grandes posibilidades pecuniarias. Yo no vacilo en recomendárselo para sus hijos. Hay un abultado estudio histórico sobre el boxeo escrito por un señor Fleisher, tratado que maravilla y entusiasma sobre manera, por las descripciones magistrales de algunas noches históricas del “ring”. El profesor Isidro Corbinos, buen amigo mío, boxeador de profesión por más señas, diseñó una interesante citolegia, muy solicitada y fácil de conseguir, sobre lasa técnicas más eficaces de este deporte, que tampoco vacilo en recomendársela para que inicie desde ya su biblioteca de familia. Y no se le olvide, que sólo a los deportistas se les celebra como cosa siempre original y simpática, el modo de comportarse en sociedad, así acostumbren los procederes en apariencia más descomedidos. En Pereira, unos deportistas argentinos en días exitosos para el fútbol local, penetraban a los cafés y fuentes de soda y para tomarse con burda comodidad unas bebidas, subían las extremidades inferiores sobre la mesa vecina y, los jóvenes y hasta los viejos miraban eso como tocado de cierta rara genialidad y, con razón, porque los muchachos porteños eran para entonces los ases de la pelota.
-Vea Mílton, replica el comerciante Konhelo, yo quiero que mi hijo se gane la vida en el comercio, después de recibir una buena educación, para que nunca diga bobadas ni exageraciones.
-Tampoco es una exageración -arguye el profesor-, que los deportistas, los ídolos del boxeo, el balompié, el pedaleo, etc., en sus horas de triunfo sean preguntados por los reporteros de prensa sobre los graves problemas nacionales e internacionales y, ellos, emitan al instante, respuestas simplistas pero singulares y esclarecedoras. Así, los deportistas estrellas, se llevan no sólo los merecidos aplausos y admiraciones de la multitud, sino que también se alzan con la plata y las ideas. Y esto, cuando el pobre egresado universitario se da por muy bien servido porque está al día en los pagos de arriendo del apartamento. Mientras tanto los deportistas del pedal o de la bola, alcanzan a poseer cuenta bancaria con aceptable saldo, a más de algunas casas de inquilinato, entre ellas una donada por colecta pública. En conclusión, amigo, que si a la cuestión económica vamos, es más productivo, muchísimo más, el deporte como profesión que el intelecto que para conseguirlo da tanta brega a los pobres muchachos en las universidades. Aquí no hay más alternativa, las piernas y los puños producen más que la cabeza.
-A propósito, interrumpe el comerciante, ya un poco menos fruncido el ceño, yo conozco una dama, medio pedagoga y quizá visionaria, que desde hace años, colgó de una viga de su casa un saco con fina y pesada arena, y mañana tras mañana obliga a sus hijos a cargarle a tal envuelto larga serie de puñetazos y cabezazos a fin de preparar a los muchachos…
-Y a fe que los prepara para la lucha por la vida, remata el profesor y agrega: -cuídese en su hogar, lo digo por experiencia,
de las excesivas letras, de las excentricidades humanísticas, de los muy indigestos tarugos librescos… por favor. Alguien muy sensato hace siglos señalaba con índice acusatorio: Vean esas personas delgadas, tristes y hurañas -como el hijo suyo- que se dedican al estudio de cualquier disciplina intelectual seria, su mente está en todo instante agitada por un remolino de los más diversos pensamientos, y ello influye muy negativo sobre su pensar y su comportamiento. El espíritu se le disipa, su fuente vital se seca y, por regla general se hacen viejos sin haber pasado por jóvenes. Los otros, los de las pistas y los estadios, siempre lozanos y ágiles, llevan en su rostro la viva imagen de la salud y de la alegría triunfadora.
La lucha por la vida, amigo, concluye el atleta y profesor, la lucha por el éxito es empresa grave. Y hay que tomar medidas para librar a las futuras generaciones de morir anémicas, paralíticas, leucémicas en las cavernas futuras… o en las bibliotecas. El deporte y el aire libre son la salvación. Y es bueno que pongamos en claro, y así lo indiquemos a los hijos, el altísimo destino del deportista, que no es otro que buscar, primero sus buenas2 ganancias y, simultáneamente, divertir al muy aburrido y despechado corazón de la gente.
Y no se olvide, amigo, que la multitud, hermana mayor del ruido, consagra lo que penetra con estruendo y aparato a través de sus oídos y retinas. De allí por qué del estadio saca en hombros a los ágiles campeones o se rinde de admiración ante el gladiador de la mano poderosa y soporífera. Invade frenética y emotiva las largas avenidas al paso ráudo de los hombres del pedal. Entre tanto, la gente menuda colecciona con devoción el rostro metálico de los pugilistas y la humanidad en pantaloneta de los ases del pedal o, se arrebata de entusiasmo ante alguna pose rara del maestro Pelé o del tal Higuita o del sin igual Asprilla. Y, si yo fuera gobierno, le aseguro, señor Konhelo, que trataría de incrementar más y apoyar de verdad el deporte, pues, está claro que los deportistas ponen menos cebo a las autoridades, que los solapados intelectuales y escribidores febriles.
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