-Soy Alonso Paniagua, el segundo hijo del matrimonio de los del galpón del alto de la Popa. Tengo diez y seis años y, según dicen, ya muestro un no se qué de hombre adulto. La melancolía me empuja a un silencio pertinaz y hosco. Mis padres con mucha razón me consideran un poco enfermo y, quizá por eso encuentran explicable mi retraimiento meditabundo. Más bien, siguen con cierta complacencia mis actos y ven con una ternura medio triste, mi manera de ser.-
En la realidad los vecinos de Paniagua, entre ellos, los otros muchachos más o menos de la misma edad, lo miran con curiosidad y como con respeto. De verdad que este muchacho no es de mal genio, ni hace el oso ante nadie, ni posee un mal apetito, y sabe sonreír y reír cuando le da la gana y trabajar con empuje cuando le toca.
– Y cuando quiero hacer algo lo hago. Nadie puede decir que soy perezoso, mal amigo, vecino indiferente, mal hijo… Pero, mi retraimiento natural me distancia un poco del común de la gente, de la gallada bulliciosa de los demás muchachos de la vereda.
Ellos me ven como extraño a este medio en que vivimos, como si yo no fuera de aquí, sino de otra parte o del poblado malicioso. Pero, todos los días en las primeras horas, después del amanecer, !qué tremendo vacío siento, cómo se me retuerce el alma!.-
Si. Alonso Paniagua se da perfecta cuenta que algo se deshace y rehace en su galpón interior. Que algo reverbera, bulle y se derrama por los patios y largos túneles de adentro, de muy adentro. Y esto lo apena y angustia sobre manera. Piensa que está enfermo, pero no de sarna o de gripe, sino que la vida parece estrujarlo reiterativa y plagada de inexorables misterios y, eso, lo hace sufrir cantidades.
-Esa lluvia que cae por la mañana es para mí más insufrible que las de otras horas del día. Esa que parece dolerle a las plantas, a las praderas nebulosas del ganado aterido, a los caminos lacrimosos, al alto de la cruz desde donde se ve el sendero que se bifurca y sigue para pueblos desconocidos. El mismo por donde un día se fue para no volver mi hermano mayor.
Si, el mismo camino con puntos suspensivos que llevo aquí dentro, con su lluvia pertinaz en invierno y con polvaredas ásperas y distantes en los veranos. Ese camino…-
Alonso Paniagua parece creer que se nace joven y se está así toda la vida, o se nace viejo… Se nace joven para sufrir mucho. O se nace viejo para morir muchas veces en pocas horas.
Desde el alto, todos los días contempla el entorno físico y no se cansa de mirar para adentro, las incomprensibles profundidades de su paisaje interior. Y no se detiene en la tarea de darle vueltas obsesivas a una misma idea.
-Estamos condenados a sufrir siempre mirando esto. Un paraje sin límites, donde el silencio hace un ruido aterrador en el alma. Donde los colores y los sonidos parecen estar en el primer día de la creación. Quizá, sería lo ideal la conjugación de la palabra que lucha por salir, con esa música y esos colores dispersos, en una sola expresión de arte, para hablar del amor. Del pesar que me da el amor que no llega, que no quiero que llegue, que está allí al otro lado del puente levadizo, que está más allá por que ya pasó. Que cuando pasaba ayer, no escuchó la sordera de mis palabras conmovidas.-
Es lo exacto. A Alonso Paniagua se le está yendo la vida y no se ha dado cuenta. Se ha pasado el tiempo soñando. Y el tiempo es un año o medio siglo, que se demoran lo mismo vadeando la ley de la gravedad del infinito. Todo ha dependido del plenilunio, del ir y venir por las recámaras espirituales. Muy intensa la vida en los sótanos de su interioridad, acorralado por ese tremendo lote de soledad telúrica que en suerte le ha correspondido. !Mírese en el espejo, ahora mismo, Alonso Paniagua!. !Qué pudo haber pasado tan de repente!
-Sí, cuando menos se piensa, ya no somos lo que fuimos. Lo que se pudo hacer ayer de sobra, hoy ya no se puede hacer de ninguna manera. !Imposible, con tantas arrugas surcando los asombrados ojos!
Esto es lo cierto y lo trágico, verdad?
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