(Lectura en la Academia Colombiana.de la Lengua. Dic. 5 de 2006)
Por Héctor Ocampo Marín
El escritor y hombre de cátedra Augusto Escobar Mesa, gracias a un inteligente y bien sostenido diálogo con el maestro Otto Morales Benítez, ha logrado configurar un lúcido y revelador libro ensayístico, “Interrogantes sobre la identidad cultural colombiana”.
Otto Morales Benítez, es “el hombre político que ha sabido llevar al ejercicio público las virtudes formadoras de la literatura”, según lo expresa con claridad el propio autor Augusto Escobar Mesa.
La obra está adecuadamente dividida de la siguiente manera:
Primero: Diálogo en busca de una imagen del país político y cultural colombiano.
Segundo: Tiempos de carnaval y de adolescencia ávida.
Tercero: Espíritu atento a la vida política y cultural.
Cuarto: Cuando la muerte acrecentó su señorío.
Quinto: El arte de la política y el engendro de la politiquería.
Sexto: No hay peor ofensa que la verdad.
Séptimo: Asombros que iluminan cada amanecer
Octavo: Múltiples pieles de la cultura colombiana.
Noveno: La palabra convocada en tiempos de apremio social.
Décimo: Una vida consagrada a la escritura y a la actividad pública.
Augusto Escobar Mesa, a la manera del académico Javier Ocampo López, se encamina y enruta fíjamente detrás de las ideas. Lo anecdótico, poco trascendente de la existencia cotidiana en realidad poca presencia tiene en las páginas de este libro.
Al interrogante de Augusto Escobar Mesa: Usted que es un gozador de las palabras y de la escritura ¿Qué le significan ahora la literatura, la poesía?
El maestro Morales Benítez, Responde:
“La poesía es la gran maestra de la escritura. Es la que le permite tener la precisión sobre las más diversas materias. Ella no permite dilapidación. Es la exigencia del rigor en la palabra. Es la que le impone que la figura literaria tenga una calidad estética. Le permite al hombre expresar lo más lúcido y contradictorio pero con resplandeciente calidad en las palabras, ideas y sentimientos. No toca las ligerezas de la vulgaridad. Es, entonces, un manantial admirable. Se refleja en lo que el poeta diga, en lo que escriba en prosa o en lo que manifieste oralmente. A mí me enseñaron Luis López de Mesa y el padre Manuel José Sierra, éste, el primer Rector de la Universidad Pontificia Bolivariana, dos cosas: para hablar y escribir bien se necesita venir de la novela y de la poesía. De la novela, porque ensancha las posibilidades de que, en un capítulo, usted pueda mover o utilizar los mismos elementos, argumentos, personajes o situaciones con diferentes presentaciones o matices que es lo que hace el novelista. Este, cuando relata, cuenta el mismo episodio pero desde distintos ángulos. Y la poesía, en cambio, es precisión en el lenguaje. En ella no hay palabras inútiles. Eso es lo que busca uno en la escritura o en la oratoria. Si viene, además, ese venero de la literatura, de la novela, de la poesía, podrá uno escribir bien y hablar bien.
“Hablando de la poesía como el manantial admirable, lúcido, pleno de ideas y a la vez de identidad americana, es a Neruda que le debemos precisamente el segundo descubrimiento de Indoamérica. Su “Canto general” nos pone en evidencia cómo es nuestra América y lo dice amándola, cantándole, exaltándola. Nos enseñó los nombres de los ríos más misteriosos, nombró las piedras que tutelan las canteras en nuestros dramáticos países:
ORINOCO
Orinoco déjame en tus márgenes
De aquella hora sin hora:
Déjame como entonces ir desnudo,
Entrar en tus tinieblas bautismales,
Orinoco de agua escarlata,
Déjame hundir las manos que regresan
A tu maternidad, a tu transcurso,
Río de razas, patria de raíces,
Tu ancho rumor, tu lámina salvaje
Viene de donde vengo, de las pobres
Y altivas soledades, de un secreto
Como una sangre, de una silenciosa
Madre de arcilla.
AMAZONAS
Amazonas,
Capital de las sílabas del agua,
Padre patriarca, eres
La eternidad secreta
De las fecundaciones,
Te caen ríos como aves, te cubren
Los pistilos color de incendio,
Los grandes troncos muertos te pueblan de perfume,
La luna no te puede vigilar ni medirte.
Eres cargado con esperma verde
Como un árbol nupcial, eres plateado
Por la primavera salvaje,
Eres enrojecido de maderas,
Azul entre la luna de las piedras,
Vestido de vapor ferruginoso,
Lento como un camino de planeta
TEQUENDAMA
Tequendama, recuerdas
Tu solitario paso en las alturas
Sin testimonio, hilo
De soledades, voluntad delgada,
Línea celeste, flecha de platino,
Recuerdas paso a paso
Abriendo muros de oro
Hasta caer del cielo en el teatro
Aterrador de la piedra vacía?
“Nos hizo el inventario de los árboles y de los colores de las flores, agrega Morales Benítez, del significado hondo de la virtud de los líderes o en sentencias estremecidas expresó su repudio y su odio -recogiendo el sentimiento- contra sátrapas y bandidos engolados de hombres de gobierno. Cantó lo humilde que las manos del hombre y de la mujer van tejiendo, mientras hay horas de soledad y de melancolía que los cubre. Se internó por nuestras selvas para poder cantar, con las voces regionales, a las plantas que alimentan a las humildes gentes. Se fue despacio por la historia para exaltar los rudos varones de leyenda política que no tienen sitio en los cartabones oficiales, sino que son los oscuros precursores de nuestra independencia. Se detuvo en los montes para decirnos cómo es desde allí el horizonte y nos reveló cómo fue la creación, el arte, la imaginación y las construcciones del hombre primitivo de América. Neruda se volvió así el geógrafo, el historiador y el geógrafo, el historiador y el geólogo de un mundo en desorden. El nos ordenó las sílabas para que descubriéramos su contorno y su profundidad. El nos hizo el milagro poético de unificarnos. En él se combinan, como en la totalidad de su obra, lo rudo y lo tierno, y vuelven todos los elementos -los impuros y terrestres- a unirse a los altos y sutiles del amor, la epopeya y la leyenda.”
Bien, Y como nació el Suplemento Generación en el diario El Colombiano de Medellín dirigido por Fernando Gómez Martínez?
Responde Otto Morales Benítez.
“Tuvimos la suerte de que creyeran en nuestra propuesta de un suplemento distinto en Medellín, cosa que no era ni sigue siendo usual en el medio de creerle a los jóvenes y apoyarlos. Quien anda con su adolescencia revuelta entre la literatura y la política como era nuestro caso al arribo a Medellín, se encuentra con un problema que, además, es el de todas las generaciones al comenzar su lucha: dónde expresarse, cómo decir su verdad, cómo principiar a que el mundo descubra sus respuestas, las de todos los siglos que uno cree tener en sus palabras. Por fortuna nosotros hallamos en las mismas puertas de la Universidad Pontificia Bolivariana a Fernando Gómez Martínez, otro escritor político, quien nos guiaba por las preocupaciones del Derecho Constitucional y nos armaba caballeros de la inteligencia, al entregarnos, en compañía de Miguel Arbeláez Sarmiento, la dirección de una página literaria en el gran rotativo “El Colombiano”. Este periódico tenía larga travesía en la vida de Antioquia y se le escuchaba, como hoy, con respeto en el país. Estaba identificado con las grandes jornadas de la patria y con las más recias de la raza, de la región, interpretando la voz de sus ancestros. Con su conservadurismo sin dobleces, había tomado la iniciativa de representar, a la vez, la conciencia de ese conglomerado social sobre el cual influía. Su autoridad emanaba como fuente natural de la vigilia que sobre él ejercían letrados, jerarcas y consejeros humanos de la provincia creadora. Allí anclamos con nuestros sueños, con nuestra pasión por la gloria, con nuestro sonámbulo ambicionar que el mundo obedeciera nuestro mandato lírico y la patria fue creciendo a la amplitud de nuestro contorno ideológico. Allí Fernando Gómez Martínez y Julio C. Hernández, nos impulsaron para que hiciéramos una especie de frente nacional de la inteligencia.”
“Recuerdo que no hacía mucho había llegado a Medellín, en 1939, y venía de Popayán, una ciudad llena de tradición, donde la cultura intelectual era un don natural que ceñía a las gentes donde el ciudadano común había asistido al espectáculo diario de la conformación de la historia. Para mí, nacido en Riosucio, Popayán seguía siendo nuestro legendario centro político y desde luego, cultural. Nuestro pueblo había sido capital de una provincia del viejo y poderoso Cauca Grande. Este, con su misma presencia, llenaba parte de la historia nacional y era de una amplia gravitación en la integración de la república, básicamente en las luchas por la libertad. En las disputas civiles del siglo diecinueve subrayadas por encuentros guerrilleros, el Cauca tenía una antorcha de fuego en las manos al combatir contra el tradicionalismo. Esto nos acuó la infancia y una parte de la adolescencia, hasta que esta estalló en Popayán al recibirnos en 1934, con el deslumbramiento que nos produjo su presencia física, humana, intelectual y telúrica. Para un provinciano como yo, habitante de una civilización de guadua y bahareque, Popayán era un contrapunto casi misterioso en la confrontación con su estirpe que proclamaban muy hispana. En Popayán, la culta, aprendí lo que había conocido en las lecciones de historia de Colombia. De suerte que la historia, la colombiana, y la nuestra, la de la infancia provinciana, tenían sus resplandores de ciencia, de heroísmo, de pensamientos políticos y religiosos en el dulce valle de la fecunda ciudad maternal.
“En este peregrinaje por el alfabeto, llegué a Medellín, otra ciudad y región que gracias al empeño y decisión de una raza, había alcanzado un desarrollo significativo que todos querían emular. Medellín me recibió en ella tuve la misma alucinación provinciana de mi padre y empezó a entregarme dones con los cuales aún me defiendo en el transcurso vital. Me facilitaron el ingreso a la Universidad y luego me dieron, jefes conservadores, a mí, un radical de recio acento, las páginas literarias “Generación” de “El Colombiano” para que señaláramos rumbos con los compañeros de esos días, de acuerdo con lo que las dos guerras universales habían transformado en el mundo de la creación espiritual.
Medellín era una ciudad envuelta en luz de permanente primavera. Allí había una claridad en el ambiente que dimana del reflejo del sol sobre unas montañas que ciñen la ciudad. Los árboles de La Playa, gigantescos, poderosos en su fuerza natural, nos custodiaba cuando salíamos del café “La Bastilla”, donde la tertulia florecía en paradojas. La calle Junín era el sitio donde estábamos atentos al fluir de un río interminable de mujeres hermosas que le daban a la capital de la montaña su misterio y su encanto. Allí aprendimos los mejores caminos del amor. Por fortuna no los equivocamos. En ello íbamos con la tibia temperatura del ambiente, envueltos en la magia de nuestro deslumbramiento que aún no hemos terminado de descifrarlo. La atmósfera de Medellín nos envuelve, otra vez en el recuerdo con la majestad de su luz, quebrada sobre los lomos ásperos de sus montañas.
“Andan equivocados quienes creen que el antioqueño ha perdido su capacidad de sueño literario entre el pragmatismo de sus empresas. Ese es un pueblo duro y soñador. Si repasamos sus artistas -pintores, escultores, músicos, poetas- y la nómina de sus escritores -ensayistas, novelistas, periodistas- allí está parte de lo más brillante del país. Por donde se intente el análisis aparece un paradigma de la inteligencia nacional. Sobre todo el sistema de vida de la región, ejercen un poder avasallante sus industrias y sus grandes negocios. Pero eso no indica que no se tenga capacidad de comprometer su sensibilidad en la aventura. Qué otra cosa es el idear un mundo tan complejo como el que ellos han formado. Para ello se necesita un sentido poético de la creación. No se puede proyectar tareas tan valerosas si no se tiene un espíritu abierto a la comprensión del mundo.
“Este acontecer de comerciantes, hombres de empresa, mineros y explotadores de la tierra, han marcado las obras de creación de un signo de rigor, de una manera muy ceñida de mirar las cosas sin que se precipiten por el desbordamiento. Quizá la misma parquedad de la tierra en dar sus dones, los ha vuelto parcos en sus vidas y en sus juicios. A todo ello, nosotros herederos del “grecolatinismo” caldense, le debemos el no haber continuado esa tradición, brillante y derrochadora de adjetivos. Aquí queremos dejar consignado que mucho de lo que tiene de positivo nuestro pequeño mundo intelectual, se lo debemos a esa serena objetividad que aprendimos del antioqueño.
“Teniendo en cuenta esa sombra protectora y tales condiciones culturales e históricas, ingresé a la Bolivariana a continuar mis estudios y a formarme en el Derecho para servirle luego a la patria y a mi partido. Apenas comenzados estos estudios, fui nombrado, en la misma universidad, profesor de literatura colombiana, española y universal y dicté esos mismos cursos en el colegio Central Femenino. Desde la primera clase sentí el ímpetu y la vocación de transmitir, de compartir lo que estudiaba y lo que creía con unos seres que estaban allí abiertos a la ambición de aprender. Comprendí desde el primer momento que la honesta transmisión de conocimientos era el mandato que había recibido y que una permanente alegría intelectual debía sacudir mis palabras. Fue una bellísima experiencia porque apenas sí tenía unos pocos más años que las gentes que asistían a las clases. Estas, me disciplinaron para el razonamiento, me obligaron a investigar y a leer demasiado. Me ayudaron con auxilios insospechados a acendrar mi ambición de escribir y por eso el deseo de tener un medio donde expresar esas ideas que bullían con fuerza inusitada.
Como en la Universidad no teníamos ningún órgano de expresión que acogiera nuestras ideas, decidimos organizar un suplemento dominical con el nombre de “Generación”, que respondiera a nuestros deseos de compromiso y a nuestras demandas, y por fortuna fue escuchada nuestra propuesta. Uno de nuestros afanes fue liberar un poco la inteligencia de las guías que, desde Bogotá, se imponían a la provincia. Estos matices, como es natural, se manifestaban en la conducta, en el diálogo, en la forma como se comunicaban con sus amigos. Medellín, en cambio, nos enseñaba otra manera de concebir la vida. Esta ciudad era un hervidero de constante dedicación al trabajo, a la creación, a la paciente lucha por adquirir algo en la ciencia, en la literatura, en lo económico. El compromiso era que queríamos que por esas páginas se presentaran los nuevos valores nacionales que tenían, como nosotros por la edad y la falta de prestigio, su voz clausurada y que andaban también en un caótico mar de sueños buscando el norte con la brújula de la imaginación creadora. El mandato estaba en ser fieles a nuestra vocación……
“Las páginas de “Generación” fueron claras desde el principio porque no teníamos aún el juego mañoso, ni el cálculo atisbaba cada uno de nuestros actos. Aún no se combatía entre las gentes de esa edad. Ninguno tiene tiempo para alinderarse contra el otro, todo está tan abierto que las posibilidades nos crecen cada mañana. Después cuando el universo se vuelve mezquino en sus dones, el ser principia a recelar, a parcelar su entusiasmo, a buscar la soledad más que la compañía. Es el principio del gran deslinde que después se vuelve cerco para el hombre en la idea, en la trinchera de combatiente.
“Quien repase las páginas de “Generación” encontrará que la poesía acreditaba nuestra presencia en el mundo. No hay un solo número en que ella no ocupe un espacio amplio con autores que estaban renovando su poder lírico. La poesía tenía una importancia esencial y, por fortuna, la sigue teniendo en nuestras horas actuales. Ella nos iluminaba, nos daba aliento estético, nos suministraba parte de la ternura del mundo, nos ponía en quicio con lo que queríamos decir en las horas del amor, nos comunicaba su fuego revolucionario porque eran las primeras etapas de la poesía comprometida, de suerte que nos acompañaba desde el juego amoroso hasta la barricada social. Ahora, con la distancia en el tiempo, me doy cuenta de que algunos autores nos estimularon más que otros. Pero advierto, igualmente, que su influencia desaparece y no nos volvemos a encontrar con sus páginas, o simplemente ellas están en el subfondo de nuestras vidas, y emergen cuando menos nos percatamos.”
“Generación” y los nuevos valores.
Morales Benítez habla sobre Generación, así: -“El escritor Alberto Durán Laserna, que dirigió en Bogotá a “Generación”, Antonio Cardona Jaramillo, el cuentista “Antócar” el que dio fidelidad a su tierra del Quindío y a su encendimiento lírico y Carlos Ariel Gutiérrez, el de la prosa fina y noble andadura por la literatura y la política, compartían con los Piedracielistas la vida en los cafés de la capital. Ellos fueron nuestros compañeros en la marcha e irrumpieron contra los valores consagrados. Con su ejemplo, ayudaron a levantar muchas vocaciones. El maestro Guillermo Valencia, que durante los últimos veinticinco años había dado lumbre al espacio poético colombiano, fue escogido como su contrincante. A la par que escribían cuadernos de versos, tenían que librar una batalla estética explicando su credo, su mensaje y el alcance de su revolución estética. Naturalmente, los confundían con quienes enviaban su mensaje cifrado, impenetrable, que traía reminiscencias de los ismos literarios. En sus páginas, “Generación” publicaba parte de este bullicioso movimiento estético, entonces nos acusaban de estar haciendo un daño irreparable a la literatura nacional. Lo único que sabemos hoy es que los valores tanto extranjeros como nacionales que por allí desfilaron con su prosa o con su poesía, siguen dando pautas al mundo para su asombro, su explicación y su futuro. Allí desfilaron los nombres que después vinieron a ser las gentes de nuestra generación: Daniel Arango, Andrés Holguín, Eduardo Mendoza Varela, Fernando Charry Lara, Guillermo Payán Archer, Jaime Ibáñez, Jaime Posada, Pedro Gómez Valderrama, Helcías Martán Góngora y otros tantos. Cada uno tuvo en esas páginas su consagración y su estímulo. La mayoría han persistido en su propósito intelectual, aunque algunos se inclinaron más por la política. Pero unos y otros siguieron ofreciendo sus servicios al país e iluminando con su inteligencia algunos de los diferentes frentes de combate por nuestro destino.
“El perfil de nuestra generación, muy delineado por la poesía, también frecuenta el ensayo, la interpretación sociológica, el mandato político social, la prosa comprometida en la novela y en el estudio de la circunstancia colombiana. Fue un grupo muy amplio en sus afanes y menesteres. Quizá por haber compartido la política en la época de la violencia, todos nos vimos mezclados en la lucha, agitados en el furor democrático tratando de recuperar la confianza colectiva que segó la muerte en acecho. Muchos de los nombres de mi generación, son patrimonio de la patria en el campo de la política, con perfiles de jefes o estadistas. Otros han adquirido resonancia universal por sus obras. Allí, en “Generación” nacieron, se empecinaron en decir su verdad y en repartirla. Bastaría citar dos nombres, y por cierto antioqueños, que nos harían volver por el crédito de verdad que tienen estas palabras: el escultor Rodrigo Arenas Betancourt y el político y expresidente Belisario Betancur”.
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